Homero Manzi:
Hacer lo malo


En el camino de crear esta aventura de La Mestiza, vamos a compartir distintos manifiestos sobre el Arte y la Transformación Social, de distintos orígenes históricos e ideológicos; particularmente en este número 0, le toca el turno al gigantesco Homero Manzi, el autor de tantos tangos inolvidables, y de este texto que se titula “LO POPULAR”. Pero atención, lectoras y lectores; porque detrás del poeta del suburbio, hay un creador y un luchador institucional (político y económico), que intentó hasta donde pudo construir una industria cultural que tuviera que ver con la mezcla de identidades que poblaban nuestros barrios. Con ustedes, Homero Manzi, el hombre que recomendó hacer lo malo.


“Alguna vez, alguien que sea dueño de fuerzas geniales, tendrá que realizar el ensayo de la influencia de lo popular en el destino de nuestra América, para recién entonces, poder tener nosotros la noción admirativa de lo que somos.
Esta pobre América que tenía su cultura y que estaba realizando, tal vez en dorado fracaso, su propia historia y a la que, de pronto, iluminados almirantes, reyes ecuménicos, sabios cardenales, duros guerreros y empecinados catequistas ordenaron: ¡Cambia tu piel!... ¡Viste esta ropa!... ¡Ama a este Dios!... ¡Danza esta música!... ¡Vive esta historia!
Nuestra pobre América que comenzó a correr en una pista desconocida, detrás de metas ajenas, y cargando quince siglos de desventajas.
Nuestra pobre América que comenzó a tallar el cuerpo de Cristo cuando ya miles y miles de manos afiebradas por el arte y por la fe habían perfeccionado la tarea en experiencias luminosas.
Nuestra pobre América que comenzó a rezar cuando ya eran prehistoria los viejos testamentos y cuando los evangelistas habían escrito su mensaje; cuando Homero había enhebrado su largo rosario de versos y cuando el Dante había cumplido su divino viaje.
Nuestra pobre América que comenzó su nueva industria cuando los toneles de Europa estaban transpasados de olorosos y antiguos alcoholes; cuando los telares estaban consagrados por las tramas sutiles y asombrosas; cuando la orfebrería podía enorgullecer su pasado con nombres de excepción; cuando verdaderos magos, seleccionando maderas con cavidades y barnices, sabían armar instrumentos de maravillosa sonoridad; cuando la historia estaba llena de guerreros, el alma llena de místicos, el pensamiento lleno de filósofos, la belleza llena de artistas, y la ciencia llena de sabios.
Nuestra pobre América, a la que parecía no corresponderle otro destino que el de la imitación irredenta.
No podíamos intentar nada nuestro. Todo estaba bien hecho. Todo estaba insuperablemente terminado. ¿Para qué nuestra música? ¿Para qué nuestros dioses? ¿Para qué nuestras telas? ¿Para qué nuestra ciencia?¿Para qué nuestro vino?
Todo lo que cruzaba el mar era mejor y, cuando no teníamos salvación, apareció lo popular para salvarnos.
Instinto de pueblo. Creación de pueblo. Tenacidad de pueblo.
Lo popular no comparó lo malo con lo bueno. Hacía lo malo y mientras lo hacía creaba el gusto necesario para no rechazar su propia factura, y, ciegamente, inconcientemente, estoicamente, prestó su aceptación a lo que surgía de sí mismo y su repudio heroico a lo que venía desde lejos.
Mientras tanto, lo antipopular, es decir lo culto, es decir lo perfecto, rechazando todo lo propio y aceptando lo ajeno, trababa esa esperanza de ser que es el destino triunfador de América.
Por eso yo, ante ese drama de ser hombre del mundo, de ser hombre de América, de ser hombre Argentino, me he impuesto la tarea de amar todo lo que nace del pueblo, todo lo que llega del pueblo, todo lo que escucha el pueblo.”

HOMERO MANZI
(Prólogo del libro
de Héctor Gagliardi: “Por las calles del recuerdo”)



“Amar todo lo que nace del pueblo”
Afirmación populista, ésta de Manzi, que suena algo tosca a nuestros oídos trabajados por la racionalidad liberal. Es que podría un puntero del conurbano vociferarla con dos gordos armados a su lado, que no desentonaría. La inauguración de una salita de primeros auxilios, “amar todo lo que nace del pueblo” y a otra cosa.

No dice nada la palabra agotada de tanto manoseo, así que será cuestión de situar a Manzi en una encrucijada histórica: los años treinta del siglo XX, cuando intelectuales y militantes como los de FORJA dan la batalla por los resortes de una economía y de una cultura nacional. Y de esta disputa dirá Jauretche: “el establecimiento de una verdadera cultura lleva necesariamente a combatir. Implica, por lo pronto, una revisión respecto del pasado nacida de la búsqueda de las propias raíces”.

Pero cuáles serán las “propias raíces” de una nación con apenas décadas de existencia, y qué modelo seguirán los recién llegados de ultramar. Manzi da una clave: “Lo que ha salvado este país es la actitud del cocoliche —el ‘gaita’, el ‘tano’ y el ‘turco’— que en lugar de proponerse un arquetipo traído de allá, se propuso un arquetipo nuestro, el gaucho o el compadrito, sublimándonos así, en él y en sus hijos, la idea del país”.

Mestizaje. En el andar y el decir, no era elegante ni refinada la construcción de ciudadanía, era lo que había, lo que prestaba “su aceptación a lo que surgía de sí mismo y su repudio heroico a lo que venía desde lejos”. Como se ve, la de Homero no es reivindicación que fluctúe entre la demagogia y la reacción, sino reconocer en lo real a lo posible, opuesto a la concepción que entendía “lo nuestro como hecho anticultural, lo que llevó al inevitable dilema: todo lo hecho propio, por serlo era bárbaro, y todo hecho ajeno, importado, por serlo, era civilizado.”


“Gardel ha triunfado a pesar de él”
Militantes como Manzi y Jauretche saben que este combate incluye a la industria cultural, que reparte divisas y sentido. En esta pelea, Homero Manzi sacudirá al mismísimo Gardel por las películas que filma en París y Nueva York: “Gardel ha triunfado a pesar de él (...) En esas películas tiene que actuar en ambientes arbitrarios y con la colaboración de artistas insignificantes que reducen el marco de su acción. Con este espejismo, Gardel está retrasando el progreso de la cinematografía nacional, ya que los filmadores extranjeros, al contratarlo, nos escamotean al astro de mayor arrastre de la lengua castellana. (...) ¿Lo ven ustedes moviéndose en el escenario natural del arrabal porteño, lleno de sugestiva propiedad? ¿Lo suponen ustedes cantando tangos realmente buenos, compuestos por nuestros mejores autores y con el fondo de un acompañamiento verdaderamente típico? Esa película que yo quiero que imaginen ustedes sería el inmediato afianzamiento de la industria argentina y le reportaría a Gardel más de los 10.000 dólares que le pagaron por Cuesta abajo”.

Algo de razón tiene Homero. “Espérame”, una de las películas vapuleadas, es producida por capitales norteamericanos, se filma en estudios franceses, y en su primera línea el guión detalla: “la acción tiene lugar en una sórdida aldea de España. Por una calle larga, estrecha y solitaria, van varios gauchos a caballo y revólver en mano entran en una hostería cantando un tango”.

Sin embargo, si hay alguien que ha estilizado el cocoliche, tan apreciado por Manzi para construir una identidad nueva e inimaginable hasta entonces, ese es Gardel. No obstante, Homero –enfrascado en la emergencia de fundar una cultura nacional que hable de sí misma a partir de su propia industria– no lo advertirá. Es un espectador demasiado cercano a las pujas y concesiones que ordenarán la filmografía de Gardel: desde las que con vergüenza el propio cantor denominará “españoladas”, hasta el proyecto de montar en Buenos Aires los “Estudios Cinematográficos Carlos Gardel”, que su muerte malogrará. En ese tránsito, Carlitos filmará los primeros cortos sonoros en la historia del cine argentino, remotos antecedentes del video clip; participará, por cierto, en los cambalaches perpetrados por la Paramount que lo harán popular en toda Hispanoamérica, pero se asociará con ésta, en un vínculo completamente inusual para la época, a través de su propia productora: la Éxito Corporation. Montar sus estudios en Buenos Aires, intención confesada a varios de sus allegados, hubiera sido una consecuencia lógica de estas idas y venidas con la industria cinematográfica.

Y quizás, si el destino hubiese dispuesto otra cosa, en 1941 habrían coincidido con Homero en Artistas Argentinos Asociados,productora independiente del cine nacional de la que saldrán filmes míticos como “La guerra gaucha”, “Su mejor alumno” y “Pampa bárbara”, todos con guión de Manzi. Proyecto que naufraga en medio de las inconsecuencias de una política de estado que pretende ganar mercados suprimiendo toda referencia local en aras de un mal entendido y lavado cosmopolitismo, intentará continuarse en los Estudios Inti Huasi, que producirá un solo filme, “Escuela de campeones”, trabajo póstumo de Manzi.

Así, Homero luchará hasta sus últimos días por crear esa industria cultural de capitales y sentido argentino, con esa bravura que más de una biografía escamotea. Y sino que lo diga él mismo: “Nos dicen que hay una cosa intocable entre los distintos eslabones de la economía: el gran capital, especialmente cuando se trata de accionistas extranjeros, y por eso es necesario crear la mentalidad opuesta, la mentalidad nacional, que frente a ese argumento diga sencillamente esto:‘¡que se vayan a la puta que los parió esos accionistas!’ ”.


Populismo ¿Sí o no?
En las ciencias políticas en particular, el concepto porta una significación negativa, asociada a gobiernos demagógicos, a un estado que al intervenir en los distintos ámbitos de la vida social lo hace en nombre de una imprecisa identidad popular. El hombre fuerte –Yrigoyen, Perón, Getulio Vargas, Chávez en la actualidad– son vistos como una degradación de la democracia liberal, cuyas formas no siempre se respetan en los tiempos del populismo.

Ernesto Laclau, eminente politólogo argentino radicado en Londres, ha dado una formulación completamente distinta al término en su reciente texto “La razón populista” al definirlo como “una forma de pensar las identidades sociales, un modo de articular demandas dispersas; en definitiva, una manera de construir lo político”. Reléase entonces nuestra crónica sobre Patricios a la luz de este concepto, y de ideas como las que siguen, volcadas por Laclau en un reportaje ofrecido al diario Página/12, en el que al criticar manifestaciones vertidas por Roberto Lavagna, afirma: “al desdeñar ciertas prácticas por populistas, está planteando que hay una forma administrativa de decidir respecto de estas cuestiones (...) plantea una idea de gestión de la cosa pública que no tiene nada que ver con la construcción de identidades populares más amplias”. Y continúa diciendo que la idea de “política como administración estuvo ligada al desarrollo del neoconservadurismo. Fue la forma en que el menemismo concibió el espacio público”.

Confróntese esta noción de populismo con estas palabras de Inés Sanguinetti en el debate de páginas 4 a 11: “Hay una lógica metida en nuestro sentido común, un paradigma que nosotros no podemos desentrañar naturalmente, y que proviene del hecho de que tanto el arte como la política han perdido espacio en nuestra cultura. Habla de un determinado modo del arte y un determinado modo de la política. La política como emancipación ha sido cancelada y suprimida por la política como gestión. A lo que llamamos ‘lo político’ en esta mesa es emancipación, es lucha”.

Volviendo a Laclau, el populismo visto bajo esta nueva luz ya fue alumbrado en los años ’30 por Arturo Jauretche, quien accedió a esta noción, guiado nada menos que por Homero Manzi. De este modo “amar todo lo que viene del pueblo”, podría entenderse no sólo como el modo de crear una nueva identidad, sino también como un factor de cohesión entre intelectuales y pueblo, esa necesaria unión que Gramsci postulaba con estas palabras: “el elemento popular siente, pero no siempre comprende o sabe; el elemento intelectual sabe, pero no siempre comprende y especialmente no siempre siente”. De esa forma de conocimiento, de ese cruce (¿mestizaje?) se podrá entender “lo político como emancipación”.

Y siguiendo con esta idea, así expresa Arturo Jauretche su relación con la figura de Yrigoyen, líder populista, y a través de él, de las masas radicales: “Yo no llegué a Yrigoyen por Yrigoyen sino por la comprensión de lo popular. Yrigoyen, para mí, era válido como expresión de populismo. (...) en realidad yo soy un populista. Frente al fracaso de las ideologías, constante en América, cosa que empecé a percibir con el fenómeno mexicano, empecé a comprender la significación de los caudillos Les debo a otros, pero en especial, a Homero Manzi, la comprensión del caudillo, del individuo Hipólito Yrigoyen y lo que significó (...) es que Manzi estaba muy madurado, maduró temprano”.

Trayectos: Manzi y su afirmación nos proyecta a Laclau, Jauretche por su parte confirma esta noción de populismo en su propia experiencia y echa luz con cuarenta años de anticipación a “La razón populista”. Después de todo –confróntese con el debate–, “no todo lo que es actual es nuevo, y no todo lo que es pasado es viejo y no válido”.

Ahora bien, releer “Lo popular” que citamos al inicio y que Manzi escribió el 6 de mayo de 1948, nos plantea qué vigencia y qué usos tienen estas afirmaciones, que abrimos al debate, preguntándonos: ¿Qué es hoy lo popular? ¿Cómo construir identidades a partir de “lo popular”? ¿Poner el oído a experiencias populares significa aceptarlas sin más? ¿Cómo interviene el artista/intelectual orgánico –en palabras de Gramsci– en la construcción de lo popular? ¿Interviene? Cuando lo hace ¿manipula, ordena o transmuta “lo popular” a partir de su conocimiento?


1 comentario:

Revista Pipí Cucú dijo...

me paso la mestiza la gente de el asunto y la verdad que me gusto y sirvio mucho. les mando un aguante, por favor sigan, un abrazo grande, alejandro